Introducción
El apiñamiento es una anomalía que con mucha frecuencia se presenta en la población general y puede estar acompañado de otros signos maloclusivos. Se lo define como la discrepancia cuantitativa entre la suma de los anchos mesiodistales de un grupo de dientes y la longitud clínica del arco dentario disponible. Esta discrepancia puede manifestarse clínicamente como incapacidad de erupción de la pieza dentaria o bien como una alteración en los puntos de contacto (1). Cuando se lo nombra como apiñamiento dentario anteroinferior, nos referimos a una anomalía de posición y dirección que incluye los seis dientes anteriores2 del maxilar inferior y su presencia se debe a la falta de espacio en el arco dentario.
Atendiendo al momento de su parición durante el desarrollo de la dentición, como a los factores etiológicos a los que se le atribuye se lo clasifica en apiñamiento primario, secundario y terciario.3 El apiñamiento primario es aquel que resulta de la discrepancia entre la longitud de la arcada disponible y la longitud de arcada necesaria representada por la suma de los diámetros mesiodistales de las piezas dentarias, se lo considera de origen genético. El secundario, en cambio es causado por factores adquiridos o ambientales4 como la pérdida prematura de piezas dentarias temporarias, lo que permite la migración de piezas dentarias permanentes, acortando la longitud de arco y por último el apiñamiento terciario o tardío el que se produce en los períodos adolescente y posadolescentes, como consecuencia de los fenómenos de compensación dentoalveolar y los cambios del crecimiento facial, así también como la erupción del tercer molar. Su aparición se da entre los 15 y 20 años, como consecuencia de los últimos brotes de crecimiento y la maduración final de la cara. A esta clasificación se agrega el apiñamiento como recidiva de un tratamiento de ortodoncia, manifestación frecuente en el adulto y generalmente se lo asocia al patrón de crecimiento mandibular tardío.5