Introducción
“Vamos a intentar evitar la cirugía”, “El paciente no quería cirugía”, “Hemos conseguido resolverlo sin cirugía”, “Tratamiento no quirúrgico de tal o cual maloclusión”… Todas estas frases se han convertido en lugares comunes en cursos, congresos y artículos de ortodoncia en los últimos años.
Y… sí. Es cierto que conceptualmente la idea de cirugía implica de entrada un rechazo lógico; por la morbilidad asociada, los costes, la posibilidad de complicaciones y el hecho bastante obvio de que nadie en su sano juicio querría operarse si puede conseguir los mismos objetivos sin pasar por quirófano.
Por otro lado, la ortodoncia contemporánea ha alcanzado un nivel de sofisticación técnica que permite la corrección dental de un buen número de maloclusiones, incluyendo algunas esqueléticas.
La incorporación de elementos de anclaje absoluto como TADs o miniplacas, ha provocado un cambio de paradigma en la amplitud de movimientos dentales que va mucho mas allá de los limites aceptados en la ortodoncia clásica.
Sin embargo, no es menos cierto, que para una parte significativa de pacientes adultos con maloclusiones, la solución del problema oclusal es solo uno de los objetivos, y no necesariamente el más importante. Una prueba de ello sería el hecho de que en nuestro Instituto, el 60% de primeras visitas vienen directamente a nosotros con una motivación principal estética o funcional respiratoria, y obviamente asumiendo que su solución es quirúrgica. Cuando pasamos los cuestionarios de motivación para el tratamiento en muchos de ellos el deseo de corrección oclusal ni siquiera aparece, y otra parte significativa de ellos -los que han sufrido un tratamiento de compensación durante años-, preguntan si podemos evitar una nueva ortodoncia. Finalmente, cuando al acabar los tratamientos pasamos un nuevo cuestionario de satisfacción, hasta un 30% de los pacientes señalan que la parte más dura del tratamiento ha sido la ortodoncia.(1)